En Trujillo me di de bruces contra la incompatibilidad de las sillas de ruedas y el trazado de las ciudades medievales. Ya lo intuí en Mérída y no desapareció en las localidades que nos quedaban por visitar.
Además de un empedrado tremendamente desigual que destrozaría cualquier calzado, pies incluidos (imaginaos la goma de las llantas), las cuestas empinadas son criminales, sobre todo si no se conoce el camino menos dificultoso. A mi pesar, pues, no puede emular a los personajes de Juego de tronos pues me resultó imposible subir al castillo.
A menos de medio camino me volví porque me daba miedo descalabrarme. Aun así, me tomé una Coca-Cola light bien fresquita (el calor era intensísimo) en la Plaza Mayor, presidida por la escultura ecuestre de Francisco Pizarro, el más reconocido conquistador de la América colonial.
Un pueblo hermoso, no cabe duda, pero poco
recomendado a personas con dificultades de movilidad.
1 comentario:
No te falta razón, complicado.
Publicar un comentario