Sinopsis:
Montana, 1925. Los acaudalados hermanos Phil y George Burbank son las dos caras de la misma moneda. Phil es impetuoso y cruel, mientras George es impasible y amable. Juntos son copropietarios de un enorme rancho donde tienen ganado. Cuando George se casa con una viuda del pueblo, Rose, Phil comienza a despreciar a su nueva cuñada, que se instala en el rancho junto a su hijo, el sensible Peter.
Esta película ya ha empezado a cosechar galardones y le auguro más en el futuro. Espero que alguno recaiga en Benedict Cumberbatch, cuya interpretación excede sus anteriores papeles, ya de por sí excelentes.
Disponible en Netflix, tardé en ponerme a ver la película hasta encontrar el momento propicio. Tampoco quise tener excesivos datos sobre ella por evitar prejuicios. Han pasado varias semanas desde el visionado y aún la estoy asimilando. No descarto volver a verla en un futuro próximo.
Y es que todo está en la primera frase de esta maravilla dirigida por Jane Campion, nominada a la mejor películas en los Oscars 2022, un wéstern que se deshoja como un thriller para finalmente florecer como una suerte de tragedia griega (o quizá psicópata) arraigada en lo más profundo del ser humano.
Lo maravillosamente retorcido de El poder del perro es que cuenta esta historia a través de un trampantojo: tú crees que estás viendo un drama sobre cómo la masculinidad tóxica emponzoña las relaciones humanas, con una viuda y un joven homosexual como víctimas. Con eso es fácil empatizar, qué bienpensantes somos todos ante la injusticia. Pero no. Y hasta aquí puedo escribir para no destripar más.
Impresionante.