Hacía tiempo que no iba al cine pues no me atraía nada de la cartelera. Al fin, tras haber disfrutado de las anteriores, me animé a ver El ultimátum de Bourne, tercera y última entrega de la saga de espionaje sobre Jason Bourne, tras El caso Bourne y El mito de Bourne.
Sin ser gran seguidora de las pelis de acción pura y dura, reconozco que esta trilogía no me ha desagradado pues se aparta un poco de la grandilocuencia de un James Bond, por ejemplo. Si 007 es la elite aristocrática, Bourne es un simple currante, una máquina de matar al servicio de una organización no gubernamental en teoría, una especie de GAL yanqui. A poco que lo que cuentan esté basado en hechos reales, da miedo saber que nos tienen tan fiscalizados, que nuestras llamadas telefónicas y nuestros e-mails son rastreados en busca de palabras clave que ellos consideren sospechosas.
Bourne ha perdido la memoria y a su amada, poco le importan las balas ni la nueva generación de asesinos a sueldo que intentan apartarle de su único objetivo: volver al principio y descubrir quién era. Seguirá las huellas de su pasado para poder encontrar su futuro. Deberá pasar por Moscú, París, Londres, Madrid, Tánger y Nueva York, ciudades que, a diferencia de los films de Bond, no aparecen como tarjetas postales. Las escenas de acción tienden a ser más realistas. Con todo, no falta alguna concesión a la comercialidad, como espectaculares persecuciones en coche que siempre me resultan aburridísimas.
Matt Damon no es un guaperas al uso; su cara de palo le va bien al papel. Me cae bien el chaval. El resto de secundarios, tanto americanos como europeos, están estupendos. En suma, no me arrepentí de haber ido al cine, cosa que me estaba pasando demasiado últimamente.
jueves, 16 de agosto de 2007
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