sábado, 5 de mayo de 2018
Excursión a La Roda
Para el domingo pasado se anunciaba un descenso de las temperaturas de 10° y mucha probabilidad de lluvia. Vaya casualidad, justo cuando íbamos de excursión con las Amas de Casa a La Roda, provincia de Albacete. En principio, la localidad no ofrecía ningún interés en particular que me motivase a visitarla, pero la cuestión era salir y cambiar de ambiente. El plan de estrenar la camisa de entretiempo que me había comprado hubo de ser cambiado por jersey invernal, bufanda, chubasquero y paraguas, según las previsiones de la AEMET. Menos mal que los ratos de lluvia tuvieron lugar mientras estábamos en el autobús, de modo que no necesité el paraguas. El resto sí, pues hacía un frío pelón, agravado por el furioso viento que causaba una sensación térmica más baja. Un señor mayor sentenció: “¡Aquí hemos venido a pasar frío!”. Menudo cachondeo nos llevamos Mari Pau y yo con la frasecita. Peor lo pasarían la multitud de niños, padres e invitados a las Primeras Comuniones que se celebraban en la parroquia del Salvador, más espectacular en su interior que en el exterior.
El resto de las actividades se podrían enmarcar en esos programas de cómo se hace. Qué juerga cuando la guía nos anunció que nos llevaba a un taller de alfarería. Comprendo que a quien no lo haya visto nunca le fascinará ver las evoluciones del alfarero. Como personas bien educadas, atendimos sus explicaciones, aunque sin el factor sorpresa.
De allí nos llevaron a la fábrica de cerveza artesanal Llanura. Los muchachos que se embarcaron en tal aventura nos explicaron el proceso de elaboración y nos invitaron a una degustación de tres tipos de cerveza, de más clara a negra, acompañada de tres tipos de queso manchego que maridaban entre sí. No me gusta mucho la cerveza ni la suelo tomar, pero me parecía feo dejar de probarla aunque fuera un sorbito, y así lo hice.
Más me interesaba la elaboración del producto más famoso de la localidad: los famosos miguelitos de La Roda, pastelitos de hojaldre con crema pastelera. Visitamos el obrador Gaymón, donde Gabriel, el dueño, nos explicó la historia del susodicho dulce a la par que nos enseñaba la preparación. Muy simpático el hombre. Nos invitó a miguelitos y nos remitió a comprarlos en el restaurante donde comeríamos a continuación, El sueño de Jemik. Por cierto, un menú estupendo y abundante. Tras la sobremesa, de vuelta a casa.
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