Sinopsis:
La antigua agente del FBI
Sarah Moss (Brit Marling) ha iniciado una nueva carrera profesional en Hiller
Brood, una elitista e implacable agencia de investigación privada cuyo objetivo
es salvaguardar los intereses de su clientela, compuesta principalmente por
empresas de primera magnitud. Especialmente escogida por la mandamás de la
agencia, Sharon (Patricia Clarkson), para una codiciada misión, Sarah adopta una
falsa identidad con el fin de infiltrarse en The East, una escurridiza
organización anarquista que pretende vengarse de grandes corporaciones a las que
responsabiliza de servir de tapadera de actividades criminales.
Decidida, perfectamente adiestrada y mujer de recursos, Sarah enseguida
logra el beneplácito del grupo, venciendo sus sospechas iniciales y uniéndose a
ellos en su siguiente acción de sabotaje o “jam”. Pero al convivir estrechamente
con los profundamente comprometidos miembros de The East, Sarah descubre que se
siente dividida entre dos mundos cuando empieza a conectar con Benji (Alexander
Skarsgård) y el resto del colectivo ácrata, dándose cuenta de las
contradicciones morales que hay en su vida.
Os conté que el sábado de la semana pasada quedé con mi amiga Ana a la que no veía desde hacía una década a pesar de que manteníamos el contacto vía telefónica y redes sociales. Hacíamos pllanes para reencontrarnos pero nunca acabábamos de concretar. Hace poco descubrimos una pasión común, Alexander Skarsgård, así que decidimos que en cuanto se estrenase The East iríamos a verla juntas. Y lo cumplimos.
No fue fácil. Al no ser un blockbuster veraniego, solo se proyectaba en un cine de los alrededores. En la sala éramos tres personas nada más. Es una lástima que pase desapercibido porque, pasiones aparte, es una buena película que, además de entretener, hace pensar. Nos revela las atrocidades medioambientales de grandes corporaciones obcecadas en ganar millones sin importarles la salud de la gente ni el mundo que heredarán nuestros descendientes. Tampoco los ciudadanos de a pie nos libramos de nuestras responsabilidades cuando, por ejemplo, desperdiciamos comida habiendo tanta hambruna en el mundo.
No deduzcáis de lo anterior que la película se regodea en causarnos mala conciencia. Es un thriller de infiltrados que mantiene la intriga y crea, por lo menos a mí, un debate moral: por una parte, sabes que no está bien lo que hacen esos terroristas, pero, por otra, quieres que los criminales paguen por sus crímenes. El final es lo que me pareció más flojo, pero tampoco se me ocurre otro alternativo que lo mejore.
Además, es una historia de personajes bien dispares, de relaciones humanas, de aceptación personal y social, de lo importante que puede ser pertenecer a un grupo, a la par que peligroso. A partir de ahí, entiendo mejor el síndrome de Estocolmo, y no es porque Alexander sea de allí.
Por cierto, ver a Alexander en pantalla grande es, como decía el cura censor de La corte del faraón: "un contumaz regodeo en la concupiscencia".
1 comentario:
Aquí no llegan muchas pelis al cine, se van directo al club de videos. Veremos qué pasa primero y le daremos la oportunidad.
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