Cuando una vieja escritora acostumbrada a mentir y una joven librera empeñada en saber la verdad se encuentran, regresan los fantasmas del pasado, los secretos de una familia marcada por el exceso, las cenizas de un incendio memorable y el perfil de un ser extraño que aparece y desaparece tras las cortinas de una mansión.
Entre mentiras, recuerdos e imaginación se teje la vida de la señora Winter, una famosa novelista ya muy entrada en años que pide ayuda a Margaret, una mujer joven y amante de los libros, para contar por fin la historia de su misterioso pasado.
«Cuénteme la verdad», pide Margaret, pero la verdad duele, y solo el día en que Vida Winter muera sabremos qué secretos encerraba Él cuento número trece, una historia que nadie se había atrevido a escribir.
"¿Nota un escritor fallecido que alguien está leyendo su libro? ¿Aparece un destello de luz en la oscuridad? ¿Se estremece su alma con la caricia ligera de otra mente leyendo su mente?", se pregunta en las primeras páginas Margaret Lea, joven y romántica y, por encima de todo, bibliófila heroína de El cuento número trece, cuya primera parte es un bellísimo canto a la lectura, al amor por los libros, para continuar de manera más sórdida pero igualmente impactante.
Con claros ecos y visibles guiños a Dickens, a las hermanas Brontë, a Daphne Du Maurier, no le faltan elementos como mansión tenebrosa, jardín donde perderse, institutriz, gemelas inquietantes, un linaje maldito, secretos varios, amores prohibidos, asilos para lunáticos, el pasado como tiempo omnipresente, un cuento perdido (el decimotercero y ausente en un volumen de doce relatos titulado Trece cuentos de cambio y desesperación) y, por supuesto, el inevitable y obligatorio incendio que todo lo arrasa.
Me ha encantado.
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