Tras la visita a Altea, fuimos a comer a Benidorm. Hacía
tanto calor que en el restaurante ni se notaba el aire acondicionado. En esos
momentos tuve miedo de que me diera un bajón. Me mojé con agua fresca el cuello
y los brazos, me tomé un Paracetamol y me enfrenté a la vista por la localidad
turística por antonomasia.
He estado multitud de ocasiones en Benidorm pero
nunca con un guía que fuera contando su historia y los lugares más
emblemáticos. En fin, que no solo no enfermé sino que lo pasé bien dadas las
circunstancias. Aunque tampoco repetiría de inmediato, lo admito.
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