Sinopsis:
En Islandia, en pleno siglo X, un príncipe nórdico (Skarsgard) busca vengar a toda costa la muerte de su padre.
Hace dos viernes fui a ver El hombre del norte. La víspera había leído que la recaudación en taquilla mundial no iba lo bien que se esperaba para recuperar los noventa millones de dólares que ha costado. Parte de ese dinero fue invertido, a exigencias del director, en que todo fuese lo más aproximado a la época. Así, además de sufrir las condiciones extremas de rodar en Islandia, la tela de los ropajes tenía que ser como la del siglo X, incluso el cuero de las botas: cuenta Alexander que las que él llevaba debían ser remendadas todos los días al terminar el rodaje. Creedme, ni le vi las botas. Otro ejemplo: la madera para construir los drakkars tenía que ser la más similar a la usada entonces, incluso los tornillos. Que sí, que queda muy auténtico -supongo-, pero que un espectador medio como yo no llega a apreciar, así que no entiendo semejante despilfarro.
Volviendo a la película, me gustó su tono épico tan especial, tan distinto a un Braveheart o un Gladiator, que no van por ahí los tiros. Tiene un tono shakespeariano, no solo porque el Bardo se inspirase en la leyenda de Amleth para cambiar la hache de lugar, sino en ciertos monólogos, en el pathos, en una Lady Macbeth avant la lettre, en la violencia descarnada, a veces gore, en las tóxicas relaciones familiares, las traiciones, la venganza, el mundo sobrenatural,...
¿Y Alexander? Para comérselo si no estuviera tan cubierto de barro, sangre propia y ajena, y hasta de ceniza. Está muy contenido para lo que el personaje podría dar, lo que prueba que el director no pretendía hacer una de vikingos al estilo Hollywood.
Sin ser perfecta, me pareció una gran película.