La carta esférica

Otra versión de Arturo Pérez-Reverte. En La carta esférica Coy es un marinero varado en tierra firme que decide ayudar a Tánger Soto, una misteriosa y fría mujer obsesionada con llegar hasta el Dei Gloria, un barco hundido hace tres siglos cerca de las costas de Cartagena, y enfrentarse a dos peligrosos hombres, auténticos piratas del siglo XXI.

Habituados al ritmo frenético del cine y la televisión actuales, la película puede parecer un tanto lenta, lo que lastra el carácter aventurero que se persigue. Además, el final se precipita de manera demasiado previsible.

No niego que mi principal interés en acudir a ver esta película radica en Carmelo Gómez, un señor que siempre me ha gustado. Pese a que –como todos- se está haciendo mayor y usa camisas anchas que disimulan que su abdomen se va ensanchando, transmite sensación de seguridad, como si nada malo pudiese pasarte a su lado.

Y esa voz… Viril, serena, con una perfecta dicción castellana, tan alejada de del acento típicamente murciano que se le supone a su personaje, y que me perdonen lo de la Comunidad vecina.

Que Carmelo es un actorazo se demuestra siendo capaz de poner ojitos de carnero degollado a la gélida Aitana Sánchez-Gijón con la que tiene menos química que Jorge Javier Vázquez e Isabel Pantoja. Me extraña verlos trabajar juntos después de que hace unos años salieran a la greña durante la gira teatral de La gata sobre el tejado de zinc, que él abandonó porque no aguantaba a Aitana. Admito que la señora Sánchez Gijón sigue estupenda de físico y no se priva de enseñárnoslo en dos escenas de sexo que más bien parecen ataques epilépticos.

Vale, reconozco que mis críticas cinematográficas no son muy académicas que digamos, pero esto es lo que hay.