Port Aventura

Como todos los parques temáticos, Port Aventura está diseñado para exprimir el bolsillo del visitante, desde los 6 € del aparcamiento hasta las tiendas de regalos pasando por la multitud de chiringuitos de comida y bebida.

Con respecto a mi anterior visita de hará unos diez años (¿cuándo fue, Mari Pau?), he notado el aumento de la vegetación tanto en cantidad como en variedad adecuándose a las distintas zonas representadas: la Mediterránea, el Oeste, México, China y Polinesia. Aparte de un montón de atracciones nuevas, han incorporado algo tan americano como las fotos con personajes, en este caso de los estudios Universal. En concreto, me fotografié con el Pájaro Loco, Chilly Willy, la Pantera Rosa, Popeye y Brutus. Ya sabéis cuánto me gusta codearme con famosos.

Respecto a las mencionadas atracciones, pasé olímpicamente de ellas, en parte por imposibilidad física pero sobre todo por pura cobardía. No necesito ese chute de adrenalina para vivir. Eso sí, nos paseamos en el tren y procuramos ver todos los espectáculos, donde se fomenta la participación del público, que pudimos: uno de especialistas del Oeste, otro en un saloon con chicas bailando el cancán, uno de burbujas en China, precioso de verdad, y dos más en la Polinesia: uno de aves amaestradas y otro de bailes y cantos de la zona. En este último salían unas chicas muy monas con unos maromos de impresión que además exhibían esas danzas guerreras de los maoríes. La casualidad quiso que el segundo día de estancia en el parque me encontrase al más guapo y joven de ellos tras una valla de prohibido el paso. Ni corta ni perezosa, ante la estupefacción de Pedro, me acerqué al polinesio para hacerme una foto con él. El chaval, muy amable, saltó la valla para ponerse a mi lado y que la foto saliese mejor.

El último espectáculo era ver las caras de agotamiento que todos llevábamos a la salida tras un día intenso. Y gracias que no fueron unas jornadas de demasiado calor.

En resumen, un viaje muy divertido que no me importaría repetir en el futuro.