Parque Nacional de Aigüestortes

Siendo servidora más de asfalto, de monumentos, catedrales y similares, nunca pensé que me entusiasmaría de tal manera el Parque Nacional de Aigüestortes. Para las personas que nos desplazamos en silla de ruedas han realizado una muy buena adaptación de la zona. El inconveniente es la llegada. Los vehículos particulares con tarjeta de discapacidad pueden acceder, no así los autobuses. Así pues, nos vimos obligados a coger un taxi-jeep, pagando, adonde nos subieron a peso a los que no podíamos caminar. Pedro se unió a los monitores en la tarea de subir y bajar gente a los todoterrenos o a las furgonetas.

A partir de aquí, circulamos por una pista de cemento estrecha a toda paleta (seguro que nuestra conductora no corría pero a mí me lo parecía del susto que llevaba: cuando nos cruzábamos con los jeeps que venían de cara, pasábamos justo a ras del barranco). Una vez recorridos unos 7 u 8 kilómetros, esperamos al remolque que llevaba nuestras sillas y bajamos para recorrer unos paisajes de mucha belleza.

Pudimos circular con toda tranquilidad en silla de ruedas, porque hay un recorrido de un kilómetro, la mitad de pavimento compactado, con piedrecitas, y el resto es una pasarela de madera que nos permitió dar una vuelta cerca del río. La idea es magnífica ya que permite adentrarse en la naturaleza y disfrutar de un entorno inmejorable. Esta pasarela, de tanto en tanto, se ensancha por si coinciden dos sillas de ruedas, o con un cochecito de niños para poder circular sin dificultades. Es una idea muy buena pues respeta en lo posible el medio ambiente y no desentona.


Una guía del parque nos estuvo contando curiosidades de la fauna y la flora del lugar (en las fotos veis un hormiguero y distintas clases de hongos) y respondiendo a nuestras preguntas. Creo que nunca he respirado un aire tan puro ni me he imbuido tanto de belleza natural, de tamaña grandiosidad. Sé que carezco de base científica para afirmar que allí no me cupo duda de que Dios existe.