domingo, 21 de mayo de 2017

Ruta de las cerezas



El sábado 13 me uní a las Amas de Casa en una excursión que nos llevó por la ruta de la cereza, por el interior de nuestra provincia, una zona que no conocía. El interés por la excursión fue tal que se necesitaron dos autobuses, por lo que no coincidí con las otras Guapetonas hasta la hora del almuerzo, que tuvo lugar en el restaurante La piscina, en Parcent, en pleno valle de Ebo. Para acceder allí, el autobús transitó por carreteras estrechas con cada vez más curvas a medida que ganábamos altitud: hubo momentos delicados en que me encomendé a San Cristóbal, patrón de los conductores y al ángel de la guarda de nuestro chófer. Eso sí, una preciosidad de paisajes.


Tras degustar el bocadillo de jamón que nos tenían preparado en el restaurante, emprendimos carretera hacia el valle de Laguar, conocido por la producción de cerezas. Pasadas las localidades de Fleix y Campell, nos detuvimos en Benimaurell donde prácticamente todos los excursionistas compramos cajas de cerezas. Para recordar entretenimientos de niñez, me coloqué sendas parejas de fruta en las orejas a modo de pendientes para hacerme una foto.


La siguiente parada fue Xaló, donde visitamos una bodega: aunque no soy consumidora de alcohol, al menos probé un sorbito de la típica mistela, nombre con el que aquí se conoce al vino dulce de moscatel. Dimos una vuelta por el mercadillo, que me pareció muy enfocado para la multitud de guiris que residen en la zona, con precios más elevados que los que se pueden encontrar por aquí.


Con el paseo había vuelto el hambre, de modo que regresamos al restaurante de la mañana para comer. Aunque estábamos en zona de montaña, nos sirvieron paella de marisco y he de admitir que se podía comer. La comida estuvo amenizada por un señor al piano eléctrico que cantaba bastante bien. No hubo mucho tiempo para l baile porque continuamos viaje hasta Alcalalí, población situada en el valle del Pop y que cuenta con un patrimonio histórico declarado Bien de Interés Cultural. Visitamos el Museo Etnológico, situado en una antigua almazara, donde se conservan la maquinaria y los utensilios para la elaboración del aceite y del vino. Una guía encantadora nos acompañó a la Torre Medieval que fue la antigua residencia de los Barones de Alcalalí. No pude subir a la torre porque el ascensor era diminuto, pero paseé por la plaza y oí cantar habaneras a un grupo de mis paisanos aposentados en una cafetería, para flipe de los guiris que pasaban por allí. Finalizada la visita, volvimos a casa la mar de contentos.


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