En dvd he visto la extraña e inquietante historia de la plantación de Manderlay, situada en una llanura solitaria en alguna parte del sur de Estados Unidos. Grace y su padre dejaron Dogville en el año 1933. El padre de Grace y su pequeño ejército de maleantes habían pasado el invierno buscando en vano nuevos cotos de caza. Fue entonces cuando decidieron dirigirse hacia el sur. Por casualidad, en el Estado de Alabama, sus coches se detienen delante de una gran verja cerrada con una cadena y un candado. Al lado de la verja, un imponente roble muerto parece proteger una roca de granito de grandes dimensiones con la palabra "Manderlay" esculpida en letras enormes. En este pueblo, Grace descubre a un grupo de personas que vive en las mismas condiciones de hace setenta años, antes de la abolición de la esclavitud.
De estética muy extraña, sin exteriores ni apenas decorados ni mobiliario, la reacción del espectador se mueve entre polos opuestos, desde la crítica más despiadada al esclavismo a una intransigencia igual de feroz que casi lo justifica al ver los problemas del ser humano por su condición de ser libre. Al menos, hace pensar, lo que ya es un punto a favor. En contra, el director, Lars Von Trier, siempre con ínfulas de pretencioso con ánimo de epatar.
1 comentario:
Yo vi un poco de "Dogville" y la verdad es que no me enteré de nada. Vale que al verla fragmentariamente se me haya escapado algo que pueda hacer comprender cómo una persona tan preocupada por hacer el bien como Grace, que escapa porque no quiere participar en los actos que perpetra su padre, acaba por participar en la matanza de todo un pueblo. Cierto que se portaron con ella como perros (supongo que de ahí el nombre de Dogville), que el ser humano es capaz de mucha maldad y mucha mezquindad, pero la regla de oro de las personas que tienen la pretensión de ser algo más que un simio bípedo, parlante y manipulador de objetos es que NO se pueden hacer ciertas cosas, no importa lo que te hayan hecho a ti. Si no vas a hacer el bien, por lo menos no añadas más dolor al que ya hay en el mundo.
Respecto al dilema esclavitud-libertad, me parece una falacia. Es decir, entiendo que una persona puede ser más feliz, en el sentido bovino de la palabra, siendo esclavo, dejando que los demás tomen las decisiones que solucionan su subsistencia a cambio de supeditarla a una voluntad ajena, pero los problemas de la libertad no vienen dados por un contexto abstracto, sino por uno muy concreto. Me explico: cuando en los Estados Unidos se abolió la esclavitud, estoy segura de que muchos negros la echaron de menos. ¿Por qué? Pues porque el mundo al que les habían arrojado de repente no estaba ni mucho menos preparado ni dispuesto a dejarles vivir plenamente como personas libres, ni ellos tampoco habían sido preparados para esa contingencia. Por ejemplo, había patrullas de blancos (pobres, en su mayoría) que se dedicaban a dar caza y ejecutar a los negros fugitivos que iba de aquí para allá en busca de un trabajo que muchas veces no encontraban y a lo mejor tenían que robar. Luego, no siempre se veía con buenos ojos que una persona de color prosperase. Despúes, el trauma colectivo de la esclavitud y el estigma social dejaba a muchos de ellos sin horizonte mental en el que tuvieran perspectivas de cambiar a mejor.
La libertad tiene sus problemas, cierto. Pero la mayoría son problemas sobrevenidos por el tipo de sociedad en el que se desenvuelve dicha libertad. Así que no hay tal dilema libertad-esclavitud, sino el eterno de justicia-injusticia. Si vives en una sociedad profundamente injusta, entonces es cuando la esclavitud pasa a ser una opción. Lo cual, por supuesto, nos dice, no lo buena que pueda ser la esclavitud, sino lo horrible que es una sociedad que te hace desearla.
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