martes, 27 de enero de 2009

LA EFICACIA DE LA SEPARACIÓN = EL FRACASO DE LA CONVIVENCIA

Hoy he leído que Obama y su equipo han empezado a tomar decisiones en el campo de la educación. Confieso que su punto de partida me resulta bastante descorazonador: se trata de potenciar las escuelas “diferenciadas”, o sea, segregadas, por raza y sexo, con el argumento de que los resultados que obtienen sus alumnos en cuanto a reducir las tasas de fracaso escolar y de acceso a la universidad son bastante mejores (notablemente mejores) que los de los colegios donde razas y sexos están mezclados.
Lejos de mí discutir las estadísticas; si dicen que los alumnos estudian mejor, aprueban más y el clima escolar es mucho más estimulante que en los colegios integradores, es absurdo cuestionar esos datos. Lo que sí cuestiono es todo lo demás. O sea, que el hecho de que se obtengan mejores aprendizajes, notas y ambiente de clase sea necesariamente bueno por sí mismo.
¿Y por qué no debería ser bueno por sí mismo, si ése y no otro es el fin de la educación? Pues porque ése es sólo uno de los fines de la educación, y en mi opinión, puede que hasta no sea el principal. Si partimos de la base de que la educación es la formación integral de la persona, de que debe ser algo más que una mera preparación para desempeñar un puesto de trabajo o una ventaja para buscarlo, y si a eso añadimos que una persona formada es, entre otras cosas, aquélla que está preparada para convivir con la diferencia porque sabe que los demás aceparán la suya con un mínimo de respeto, está claro que la educación diferenciada no cumple con los requisitos de lo que debe ser una verdadera educación.
Pero vayamos un poco por partes. En primer lugar, se nos dice que hay fundamentos biológicos para pensar que hombres y mujeres no aprenden de la misma manera. Igualmente, se pueden encontrar fundamentos biológicos, si es que no lo han hecho ya, que demuestren que las distintas razas no tienen la misma velocidad de aprendizaje. Todo ello, claro está, sin pretender hacer juicios de valor discriminatorios a uno u otro grupo en función de lo que determinen los resultados de dichos estudios científicos. Faltaría más. El hecho de que durante más o menos dos mil años todo lo que se hallase fuera del patrón mental y cultural dominante se considerase de entrada sospechoso y de salida, inferior, no pesa en absoluto en la actualidad, ya que estamos preparados para aceptar la completa igualdad de personas que se han educado separadamente de nosotros.
Vamos, que ni por asomo se le ocurriría a un hipotético hombre, blanco y educado en un ambiente de iguales, cuestionar el nivel académico de las instituciones educativas por las que ha pasado una mujer negra, igualmente hipotética, que le ha presentado un inmejorable curriculum con vistas a solicitar un puesto de trabajo. Y, desde luego, el hecho de que esa mujer se haya educado por separado de él debido a que tiene procesos de aprendizaje, e incluso de reacción y forma global de pensamiento, sensiblemente diferentes de los suyos no pesará nada a la hora de considerar si puede trabajar conjuntamente con ella. A su vez, dicha hipotética mujer de raza negra jamás pensaría que, teniendo un currículum académico tan impecable, fruto de una educación hecha a la medida de sus circunstancias y que ha transcurrido en un ambiente completamente homogéneo y protegido de todo conflicto que pudiera haber en el mundo exterior, su condición de mujer, perteneciente a la raza negra y educada aparte, pesaría lo más mínimo en la decisión final del hombre, blanco y educado junto a otros hombres blancos. Dado que ya no existen esos prejuicios tan arraigados, sí, de esos contra los que sólo es posible luchar desde la convivencia en el día a día, no habría ningún motivo para dudar siquiera que el hombre blanco contratará de inmediato a la mujer negra, ya que lo único que tendrá en cuenta es la excelencia del currículum académico conseguido en su trayecto educativo dentro de instituciones exclusivas para mujeres negras.
Dejando aparte este hipotético caso extremo (?), hay un par de reflexiones que me gustaría hacer. La primera es que el hecho de que se obtengan mejores resultados en las clases homogéneas no significa que la educación diferenciada sea mejor en sí (es decir, moralmente mejor), sino más fácil y eficaz . De ahí se deriva que, si para obtener un mejor aprendizaje es necesario segregar, lo que está fallando no es tanto la enseñanza integrada, sino la sociedad en la que se inserta, la cual es cada día más violenta, intolerante y competitiva. Si para educar mejor decidimos formar grupos homogéneos, estamos tirando la toalla de la convivencia. Para empezar, de la convivencia presente y para continuar, de la futura. Puede que esté equivocada, pero no me cabe en la cabeza cómo se van a respetar personas que se han desarrollado separadamente unas de otras, sin oportunidad de dirimir sus conflictos en una arena común, de comprobar cómo sus intelectos son de nivel similar porque lo ven día a día.
La segunda es que si nos dejamos de ideales y nos ponemos pragmáticos, adoptando el tipo de enseñanza que mejores resultados académicos demuestra tener, sería deseable tener claro hasta dónde se considera conveniente llevar el principio de segregación. Es decir, ¿daremos por terminada la diferenciación cuando los alumnos cumplan los dieciocho años o la prolongaremos en la universidad? Es que si damos por sentado que el principio básico de la enseñanza ha de ser que a diferentes capacidades, entornos de aprendizaje diferenciados, ¿tal diferencia acaba con la enseñanza secundaria? Yo creo que no, luego para ser coherentes deberían establecerse universidades para chicos y para chicas y, dentro de cada género, universidades para cada una de las razas. Ahora bien, aun cuando adoptemos tal solución, nos queda que tales diferencias persisten aún cuando se haya acabado el trayecto educativo. No sólo persisten, sino que, muy probablemente, debido al desarrollo aislado, se habrán acentuado. ¿Cómo no pensar en trasladar al mundo del trabajo y de la investigación científica tales principios? Porque no me cabe duda que se demostrará que los equipos de trabajo formados por miembros de igual raza y sexo obtienen mucha mayor eficacia en sus resultados que los equipos mixtos. Así pues ¿cuál será el terreno en el que los miembros de esos grupos irreconciliablemente diferentes, pero no obstante, irreductiblemente iguales, puedan interrelacionarse fluidamente entre sí? Me imagino que los únicos espacios de convivencia en común no podrán ser otros que la política y la vida privada. Ámbitos en los que la necesaria cordialidad y respeto mutuo no se verán en ninguna manera influenciados por las trayectorias fuertemente separadas de unos y otras. Desde luego que no.
Con todo esto no quiero decir que el actual sistema, tal como está funcionando, esté teniendo un éxito clamoroso a la hora de conseguir, aun cuando sea al precio de rendimientos académicos más pobres, la formación de ciudadanos más preparados para respetar las diferencias. Desgraciadamente, parece que no es así. El racismo, el machismo y la intolerancia de todo pelaje campan por sus respetos en nuestras aulas trufadas de contenidos transversales. No sólo no parece que avancemos, sino que se está detectando un alarmante retroceso en alguno de los logros que parecían estar consiguiéndose. Entonces, ¿por qué continuar por un camino que no parece llevar al destino deseado? ¿Por qué no probar un sistema que, al menos, salve la capacidad de aprendizaje y los resultados académicos?
En primer lugar, deberíamos preguntarnos qué está fallando en el sistema mixto o integrado. Y luego, deberíamos cuestionarnos qué está fallando al sistema mixto o integrado. Quizá para responder a la primera cuestión no vendría de más un poco de autocrítica por parte de los actores del sistema educativo: la administración por pedir mucho de él mientras que se le escatiman medios, los profesores, porque tal vez ellos mismos están transmitiendo sin saberlo esos prejuicios milenarios que, ¡oh, sorpresa lamentable para los defensores del sistema diferenciado!, no se pueden borrar de la noche a la mañana, sino que están ahí, obstinadamente latentes; los padres, otro tanto que los profesores, pero a veces al cuadrado y los alumnos, que encuentran mucho más sencillo absorber y reinventar esos estereotipos que luchar contra ellos.
La respuesta a la segunda cuestión es aún más sencilla, o quizá debería decir que respondiendo a la primera se responde a la segunda. Los agentes educativos no dejan de ser miembros de una determinada sociedad y esa sociedad está derivando hacia una curiosa esquizofrenia. Por una parte, se dicen, se proclaman, y a veces incluso se hacen, cosas relacionadas con los principios de igualdad, justicia social, solidaridad… todos esos ideales tan bonitos. Pero por otra, los medios de comunicación e incluso la convivencia cotidiana en la calle nos muestra una realidad tan distinta, que hace de lo anterior algo artificial e incluso falso. Entre todos, palabra a palabra, acto a acto, estamos matando el sueño de la convivencia basada en el respeto a las diferencias aún antes de que se haga plenamente realidad. ¿Cómo no se va a trasladar eso a la práctica de la educación?
Por lo tanto, el constatar la mayor facilidad y eficacia de la enseñanza diferenciada o segregada no quiere decir que sea el mejor de los sistemas, sino que es el que mejor se adapta a la nueva selva civilizada que estamos construyendo. Así pues, estamos ante una disyuntiva ¿sálvese quien pueda, al precio que sea, o todos a la balsa, a riesgo de hundirnos? Si optamos por lo primero, seremos supervivientes sin más; si por lo segundo, seremos humanos en el pleno sentido de la palabra, pero tal vez no lo contemos.
La clave está en cuál es el riesgo que preferimos correr

2 comentarios:

Conchi dijo...

Como de costumbre, magistral tu exposición sobre este tema tan polémico y de plena actualidad, Carolina.

En mi casa tenían muy claro, y así me lo enseñaron, que el que tiene valía y voluntad para estudiar se desenvolvería bien en cualquier escuela, pública o privada, de un solo sexo o mixta, en internado o en régimen abierto, segregado o integracionista. Todo lo demás son excusas.

Es una pena que las generaciones actuales no aprovechen las oportunidades de multiculturalidad de las que la nuestra careció. La inmigración les permite entrar en contacto con compañeros de distinto origen, con el consiguiente enriquecimiento de razas, culturas, idiomas, tradiciones, religiones, etc. Si bien la mayoría se adapta, los grupúsculos racistas y xenófobos no dejan de crecer, lo que provoca el enrarecimiento de la clase. De esto podrá opinar mejor Mari Pau, que lo vive a mayor escala en su Instituto.

Por si fuera poco, maestros del Instituto de aquí me comentaron que los adolescentes son cada vez más machistas, actitud tolerada e incluso fomentada por las niñas. De esta manera, ¿cómo se va a desterrar a violencia de género en generaciones futuras?

Mejor no continúo, que llegaría a la conclusión de que la situación no tiene arreglo y hoy no quiero ser catastrofista.

Mari Pau dijo...

Buen tema, Carolina. He podido entrar por fin al blog en el instituto aunque continua muy mal la línia.
Pienso que no se debe segregar por sexos ni por razas ni nada. Lo de que va mal la educación y cada vez son más intolerantes, es cierto. Quiza se ha confundido en nuestro país la autoridad con el autoritarismo dictatorial y los padres han dejado la educación en valores para los profesores. Nosotros no podemos hacer nada si no hay apoyo desde casa. Deberían concienciarse los padres de que tienen que poner normas estrictas y lógicas a sus hijos y cumplirlas (algunos padres encima vienen a defender a sus hijos maleducados).
Hay demasiada libertad, que se confunde con el libertinaje y falta de respeto.
Encima una asignatura que educa en el respeto, en la tolerancia y que se ha implantado en toda Europa (y no ofende las creencias de nadie) pues aquí en España los fundamentalistas cristianos la rechazan.