El sábado acudí a una cita con un hombre interesantísimo al que hacía casi veinte años que no veía: el doctor Indiana Jones. Por una vez y sin que sirviera de precedente habitual, me acompañó Pedro a la misma película.
¡Ay Harrison, quién te ha visto y quién te ve! Sin embargo, aunque mayor y con el pelo gris, Indy no defrauda demostrando que su sombrero y látigo, unos de los símbolos más reconocibles de la cultura popular occidental, siguen intactos.
En Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, Indy utiliza su habilidad e ingenio para destruir planes de una bomba atómica, enfrentarse a los duros agentes de la KGB y nativos peruanos... y hasta se vuelve a ver cara a cara con su enemigo principal: las serpientes. Aunque el filme tiene momentos de decaimiento, Spielberg consigue la hazaña de entusiasmarnos con nostálgicas escenas, de suerte que una cómplice sonrisa se acomoda en el rostro del espectador veterano en estas lides durante la práctica totalidad de las dos horas que ocupa el desarrollo. Además, el director conjuga las aventuras de descubrimientos arqueológicos con otra de sus obsesiones: los extraterrestres.
La mayoría de los espectadores éramos cuarentones en una especie de nostálgica comunión generacional, muchos de ellos con hijos a los que, supongo, querían dar a conocer al héroe de su juventud. Si me preguntáis si es tan buena como las precedentes, no sabría qué contestar. A mí no me lo pareció. Que conste que es la mar de entrenida y que no me arrepiento de haber ido a verla, pero me queda la duda de si el fallo es de la película misma o de mi edad que causa que la perspectiva desde la que la veo no sea la misma.
1 comentario:
Yo también quiero ir a verla en pantalla grande. Indi es más viejo pero no me lo pierdo.
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