jueves, 29 de mayo de 2008

Pozos de ambición


El realizador de películas como Magnolia o Boogy Nights, Paul Thomas Anderson, vuelve a la carga con Pozos de ambición, una película sobre la familia, la fe y el poder. Ambientada en California, la cinta relata la vida de Daniel Plainview, quien de la noche a la mañana pasa de ser un minero pobre a convertirse en un magnate del petróleo. Todo comienza cuando le llega un soplo sobre un pozo de petróleo en una ciudad que todavía está sin explotar, así que decide marcharse con su hijo para probar suerte. Little Boston es una pequeña población cuya única diversión es la iglesia bajo el mando del carismático predicador Eli Sunday. Pero ya se sabe que el dinero no trae la felicidad y, aunque ricos, tendrán conflictos con el amor, la esperanza, la ambición e, incluso, llegará a peligrar la relación entre padre e hijo bajo el yugo de la corrupción.

Pero no sólo se centra Anderson en su crítica al capitalismo, sino que señala sin miramientos a otro culpable: el fanatismo religioso, capaz de convertir algo como la fe en un espectáculo circense cuyo único propósito es mantener idotizadas y calladas a las masas.

En los inicios el protagonista representa la vitalidad y el esfuerzo por la superación, para poco a poco corromperse por la ambición, el odio y la decrepitud físicas y moral, que coincide casualmente con un desenlace situado en el crack de la bolsa del 29.

Que Daniel Day-Lewis es un actorazo no lo duda nadie y prueba de ello es el Oscar que se llevó por este trabajo. A pesar de todo, a veces da la impresión de que se pasa tres pueblos al sacar su vena histriónica.


Tratándose de una película larga que quiere abarcar tanto, es inevitable que caiga en momentos de tedio. Sin llegar, a mi juicio, a la calidad de Magnolia, me parece que tanto la labor del director como la película en sí merecieron mejor suerte en los premios de la Academia. Desde luego, me gustó mucho más que No es país para viejos y sus repelentes hermanos Coen.

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