martes, 29 de enero de 2013

Mitad y mitad




Sinopsis:
Una madre con ya demasiados años, una embolia, una gripe y muy pocas ganas de morirse; un hijo cercano a los 50 con una mujer posesiva y medio calva, una empresa que se hunde y una jubilación que se aleja. Otro hijo de 42 que la cuida, la baña, la peina y casi la mata (a la de la embolia), muchas libretas, pocos ahorros, una casa que vender…
Una noche interminable repleta de secretos inconfesables y confesiones: “Juan, yo creo que no quiero a mamá”, le dice Carlos a su hermano. “Pues mira que si se cura…” contesta Juan a su vez. Y como no quieren que se cure, para que no sufra, porque esto ya no es vida ni es nada, deciden ayudarla, de darle un empujoncito. ¡De matarla!
Miedo, mucho miedo y una gran sorpresa final,.. y ¡ah sí! timbres, muchos timbres. Eso es "Mitad y Mitad". Una comedia, claro.

El sábado por la tarde Pedro me llevó al teatro a ver esta obra, una comedia negra, muy negra, sobre un par de hermanos que están deseando que su madre, víctima de una embolia desde hace años, fallezca; uno, para recuperar su vida, atada a los cuidados de la dependiente; el otro, para cubrir sus chanchullos financieros con la herencia de la difunta. La situación me parecía tan cruel que al principio me sentía culpable de reírme. No tardé en dejarme llevar por el esperpento y me reí como hacía mucho tiempo.

Cierto es que la obra peca en momentos de repetitiva, hay pequeños baches en que la trama no da para más, pero consigue remontar el vuelo con sorpresas que vuelven a provocar la carcajada del espectador, lo que a veces me daba rabia pues me impedían oír cómo seguía el diálogo. Muy buenos tienen que ser los actores para mantener una obra de solo dos personajes. Aquí se cuenta con la vis cómica de los televisivos y experimentados (más el primero que el segundo) Pepón Nieto y Fernando Tejero.

Menuda concentración tienen que tener para abstraerse de las reacciones del público y seguir a lo suyo. Tan difícil será que hubo un momento en que se rompió “la cuarta pared”. Entre los espectadores había una señora (por la acústica, diría que estaba sentada en las primeras filas) que tenía una risa escandalosa, caballuna a lo Loreto Valverde. Cuando las risas del resto del público decrecían, se oía la de esa señora, lo que volvía a provocar la hilaridad general. En un momento dado, Fernando Tejero perdió la concentración y se echó a reír. Menudo apuro pasaría. La ovación del público lo animó, logró recomponerse y seguir con la función.

Prueba de la influencia de la pequeña pantalla en el teatro comercial actual es que uno de los coautores es Jordi Sánchez, el señor Recio de La que se avecina, popularísima serie que no sigo.

La función acabó casi a las 8 y una hora después tenían la siguiente función, por lo que los actores se quedaron descansando en los camerinos y no salieron por la puerta de artistas a saludar al público, de modo que me quedé sin fotos. Otra vez será.


1 comentario:

Johnny dijo...

Una sonrisa nunca está de mas. El teatro nos permite ejercitar los músculos del rostro y liberar las endorfinas que según muchos estudios alargan la vida de quien se rie.