viernes, 9 de octubre de 2009

LOS HOMBRES QUE NO ERAN PERSONAS I


Espero que nadie se ofenda por el título de la entrada, ya que con él me estoy refiriendo a algunos de los personajes masculinos que aparecen en la trilogía Milennium. De hecho, seguro que a estas alturas la mayoría os habréis dado cuenta de que es una mala paráfrasis de ese otro, ahora tan famoso, “Los hombres que no amaban a las mujeres” También quisiera aclarar, igualmente de entrada, que no estoy proponiendo la tesis de que los hombres que no amaban a las mujeres no eran personas precisamente por no amarlas. No tiene nada que ver.
Todo esto viene a cuento de una reseña que me gustaría hacer sobre un aspecto concreto de la archiconocida trilogía, que seguramente ya ha sido abordado, pero que aun así quisiera exponer.
Quienes la hayan leído, aunque no sea completamente, sabrán de la terrible galería de malvados que desfila por sus páginas, auténticos monstruos algunos de ellos, con las manos llenas de sangre y culpables de las más variadas atrocidades. Sin embargo, yo quisiera centrarme en dos de ellos. Son en realidad dos malos “de segunda categoría”, en el sentido de que no tienen sus manos manchadas de sangre con asesinatos. Sin embargo, pese a que la envergadura de sus delitos palidece ante la magnitud de los crímenes perpetrados por los villanos estelares de la narración, hay algo en ellos que me repugna y me desagrada profundamente. Me estoy refiriendo a Nils Bjurman, el abogado y a Peter Teleborian, el psiquiatra. Ambos me asquean por la simple razón de que, al menos con la información suministrada por el escritor, no hay la menor onza de justificación, ni de explicación, ni de comprensión para sus atrocidades inquietantemente cotidianas. La mayoría de los villanos que aparecen son monstruos, lo cual conlleva que sintamos por ellos una mezcla de pánico, rechazo, fascinación y hasta su miaja de respeto. Martin Vanger creció bajo la sombra de una familia sin amor y un padre ya monstruoso que le contaminó desde niño; su tío Harold, esa vieja víbora, adoptó como suyo el odio racial del nazismo, como hicieron muchos en esa época; Zalachenko fue entrenado como una máquina incapaz del menor sentimiento de ternura y cuando desapareció el sistema que le engendró sólo quedó el instinto de supervivencia a cualquier precio como motor de sus acciones; Nieminenn apenas puede considerarse humano, es un engendro genético; y el viejo espía sueco (ahora no me acuerdo cómo se llamaba) no es más que el producto de la razón de Estado y al menos se puede decir de él que lo que hizo, por muy equivocado que estuviera, lo hizo con la intención de proteger al Estado. Pero Bjurman y Teleborian: ¿qué disculpa, qué justificación tienen? Ninguna. No hay un espantoso pasado tras ellos, empujándolos de atrocidad en atrocidad, recibieron una esmerada educación dentro de una sociedad orientada al bienestar y a los derechos de las personas, ningún factor en sus vidas tendría por qué inclinarles al mal. Pero lo eligen, y además de la forma más rastrera, cobarde, mezquina y vil, protegidos por la respetabilidad de sus profesiones y por la confianza que la sociedad ha depositado en ellos para proteger a los débiles.

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