viernes, 9 de octubre de 2009

LOS HOMBRES QUE NO ERAN PERSONAS II


Lo que realmente diferencia a los psicopáticos protagonistas de esos segundones en la maldad es la sensación de extrañeza, de algo fuera de nosotros mismos que producen los primeros, mientras que los segundos, Bjurman y Teleborian están con nosotros, forman parte considerable de nuestra sociedad. Los vemos reflejados en las noticias día sí, día también: son el letrado prevaricador, que se vende al mejor postor, el juez prepotente, que utiliza el poder que le da la ley para satisfacer sus más bajos instintos, el maestro de escuela infantil sorprendido un miles de fotos de pornografía infantil en su ordenador (y a veces no el personal, sino en el del colegio, hasta tal punto son inconscientes y se sienten impunes), el político venal y corrupto, el policía abusador… Son, al fin y al cabo, la encarnación de una sociedad que se pretende segura y regulada por las leyes, pero que, de alguna forma, proporciona jugosos nichos y cotos de caza a personas normales que, al sentirse impunes, dan rienda suelta a la maldad de andar por casa que todos llevamos dentro. Parecería como si los seres humanos tuviéramos dentro una oscuridad que sólo mantienen a raya dos cosas: el amor por uno mismo y por los demás y el temor al castigo, tanto terrenal como divino. Y a falta de una religión que actúe como fuente de ambos sentimientos, nos queda mucho todavía para asimilar que, haya o no castigo para nuestras acciones, en principio tenemos que respetar a los demás como a nosotros mismos. Porque quebrantar ese principio es abrir la puerta a la oscuridad que corroe como ácido cuanto de personas hay en nosotros, y quien abusa de un ser vulnerable confiado a su cuidado traiciona todo lo que le hace persona. Por eso tanto Bjurman, como Teleborian, como tantos otros, son hombres que ya no son personas.
Por último, quisiera señalar que en la trilogía de Larsson hay una grave carencia: un personaje femenino cuya maldad esté a la altura de los masculinos. Es posible que el autor pensase que con los claroscuros que presentaba el personaje de Lisbeth había más que suficiente en ese aspecto. Puede que no quisiera que nada ensombreciese el protagonismo de Lisbeth, pero si lo que pretendía era construir un fresco sobre el mal en las sociedades del bienestar, se dejó en el tintero la parte que nos corresponde a las mujeres en las desdichas del mundo. Si bien no hay muchas asesinas en serie femeninas, no deja de haber mujeres cuyo comportamiento es psicológicamente tan dañino que destruyen a los que están a su alrededor: madres castradoras, suegras psicópatas, jefas anuladoras, maestras que también abusan de las criaturas que confían a su cuidado, pero, sobre todo, hay un papel en el teatro de la maldad que muchas mujeres han interpretado sin apenas escrúpulo de conciencia: el de cómplices, a veces involuntarios, a veces entusiastas, e incluso de instigadoras, de los crímenes que cometen físicamente los hombres.
Por eso, cuando terminé el tercer libro, eché en falta un cabo que para mí quedó suelto: el del personaje que vivió el infierno en el que se creó Lisbeth pretendiendo que allí no pasaba nada, que todo era normal, que era genial que papi hubiese vuelto. Los gritos que se oían al otro lado del tabique no tenían ninguna importancia, seguro que ella se lo había merecido, tal como siempre decía papi.
Dime, Lisbeth, ¿qué fue de tu hermana Camille? Porque yo siempre pensé que la vería aparecer en este tercer tomo; si Nieminenn era la mano derecha de papá, ¿por qué no podría ser Camille una especie de mano izquierda? Alguien que le llevase los negocios, que se ocupase de los pequeños detalles que hacen que una red criminal como la suya funcione como una seda… y que jamás perdiera de vista a su hermana, esperando el momento en que la hiciera pagar por todo el daño que le hizo a papi. Sí, creo que Camille habría sido una soberbia “reina en el palacio de las corrientes de aire” y la balanza del mal habría estado algo más equilibrada entre los sexos.

2 comentarios:

Conchi dijo...

Acertadísimo como siempre tu análisis, Carolina, aunque me vas a permitir que te dé un tironcillo de orejas por destriparme parte del tercer libro que aún no he leído. Perdonada, no te preocupes.

carolina dijo...

¡¡Pero si no he destripao ná!! Lo único que he dicho es que no aparecía la misteriosa hermana. De todas formas, lo siento, tanto por ti como por los demás que no hayan leído el tercero. O ninguno, que entonces sí que me pueden correr a boinazos.