miércoles, 28 de septiembre de 2011

La visita de Conchi y Pedro 2.0



Pues sí. Por fin, tras unos cuantos meses desde que salió la posibilidad, mis queridos amigos de Agost pudieron desplazarse hasta Suances. Hazaña que no es poca cosa, ya que, entre lo ocupados que estamos unos y otros y el largo desplazamiento que les suponía a ellos, tenían que darse unas circunstancias muy concretas para que el proyecto pudiera llevarse a cabo.

Respecto a las complicadas gestiones que dice Conchi que hice, lo cierto es que se limitaron a comprobar que, para gran disgusto mío, ni mi piso de Santander, ni ninguna de nuestras viviendas de alquiler ni el piso que me ofrecía mi hermano mayor se adaptaban a lo que ellos necesitaban y a buscar, en consonancia, un alojamiento lo mejor posible en hoteles o casas rurales de la zona. Como coincidía con un puente de septiembre (la Bien Aparecida, patrona de Cantabria), hubo dificultades para encontrarles sitio en esas fechas, hasta que, gracias a mi hermana Mari, localicé la casa rural habilitada en la que finalmente se quedaron. Hablé con el señor, comprobé que tenían libre para esas fechas e hice la reserva. Punto. Y qué menos.

Pude reunirme con ellos la misma tarde-noche de su llegada porque cogí un autobús que sale de Santander y me llevó directamente a Tagle, un pequeño pueblo que pertenece al municipio de Suances y que era donde se ubicaba la casa rural en cuestión. Es más, el amable conductor casi me paró en la misma puerta del sitio.

Una vez que entré en el sitio, no tardé en encontrar a mis amigos y saludarles cariñosamente, pues hacía algo más de un año que no les veía.

Como había hambre, les llevé a cenar la pizzería Piero, que es uno de los sitios habituales a donde voy yo. Las pizzas no son caras y me muero por la tarta de tiramisú que tienen.

Al día siguiente, tras unos problemillas telefónicos con la cobertura (no sé si fue ese día u otro), les llevé a uno de los sitios donde transcurrió mi infancia. Me refiero a la playa y marisma de La Riberuca, que podéis ver en la foto. Por desgracia, no es una foto mía, que hoy me he olvidado (de nuevo) la cámara en casa. De todas formas, la mayoría de las fotos de la visita fueron sacadas por Conchi y Pedro, pues la batería de mi cámara feneció al poco de llegar ellos y tenía el cargador en Santander.

Bien, al grano. Esta marisma fue en su tiempo un lugar encantador que, como era de prever, fue lentamente destrozado por los vertidos industriales que llegaban por la ría Saja-Besaya (o ría de San Martín en este tramo de su desembocadura) y por el urbanismo que se desarrolló con el turismo, más de segunda residencia que de hoteles y apartamentos de alquiler. Aún conserva algo de su encanto y por lo menos se están haciendo intentos por recuperar al menos su vegetación autóctona.

Esta marisma tiene la particularidad de que en ella se da la llamada "almeja fina", de cáscara muy dura y gran sabor. Yo me crié, junto con mi madre y mis hermanos, marisqueando por su cambiante superficie. Y por marisquear no estoy hablando de rastrillar la arena o el barro que la recubren, sino de utilizar un tenedor para buscar entre los millones de agujeros, sabiendo o intuyendo en cuáles podrían estar las almejas. Pero eso se acabó: la ley del marisqueo nos ha convertido a los que amamos esa práctica poco menos que en delincuentes medioambientales, cuando durante décadas y décadas esa zona se explotó sin llegar jamás a esquilmarse. Cosas del progreso.

3 comentarios:

Johnny dijo...

Así hasta dan unas ganas enormes de ir a visitar tu tierra, para ser atendidos como solo tú lo haces. Eres un buena amiga de Conchi.

Conchi dijo...

Una anfitriona excelente. Esperad a que os cuente el resto del viaje.

Mari Pau dijo...

Me encanta tu tierra, Carolina.