Enclaustrada

Hoy me toca a mí desahogarme, más bien rebozarme en autocompasión por la mala pata que tengo últimamente. Ya os comenté que tenía unas baterías pedidas porque las actuales cada vez cargaban menos. Pues ya han hecho kaput. El señor de la ortopedia me prestó un cargador que se suponía que las revitalizaría pero no les ha hecho ni cosquillas. Al menos han podido resucitar mínimamente las baterías de la silla vieja que tenía arrumbada, no sólo por no hallar recambios de baterías, sino porque tampoco funcionaba bien. En resumen, que desde el miércoles de la semana pasada estoy enclaustrada en casa sin poder ir a otra parte que al trabajo, adonde Pedro me trae y lleva en la furgoneta, puesto que la recarga no da más de sí.

Tengo solicitadas las baterías y además una silla nueva. A saber cuándo llegarán, si es que las aprueban. No tendría que estar tan deprimida y malhumorada cuando existe una solución: gastarme de 3000 E en adelante en una silla nueva y enviar a hacer puñetas a todos los demás, yo la primera pues me quedaría sin vacaciones. En fin, que no sé qué hacer. Veremos cuánto aguanto así.

Una vez pasado el berrinche inicial, recapacito y me percato de que esto son fruslerías si se compara con la salud. Por ejemplo, ayer enterraron a un señor de 60 años, víctima de un infarto, padre de una compañera en silla de ruedas. Para colmo de desgracias, la viuda padece cáncer.

En fin, que nos quejamos de vicio la mayoría de las veces, sin pensar que, en el fondo, somos unos privilegiados.