jueves, 13 de mayo de 2010

El salón de la muerte


En la noche más oscura y cerrada
Me encuentro solo, sentado, inmóvil,
Apoyando mi fría y robusta espalda
En la estantería que por mil libros anda.

El olor intenso de la seca leña quemada
Se funde con el aire que ya no respiro
Y los truenos, que rugen como el olvido,
Mortales, ensordecen mis ya sordos oídos.

Mientras, las tinieblas vuelan grises
Haciendo caer las gotas de su ira
Que mientras andan golpean los cristales
Y resbalan lentas por los amplios ventanales.

Mi cuerpo, inmóvil, ya es velado
Por los mil libros en los años cosechados
Por los incontables cuadros a mi ser amado
Y por los bustos de los dioses griegos olvidados.

El carillón ruge potente en la vacía sala
Moviendo sus manecillas como dos negras alas
Que abanican mi imagen demacrada
Con el sonido de fúnebres campanas.

La sangre tiñe mi alfombra de rojo
Brotando de la herida de mí pecho
Que se abrió voluntario y sin reparo
Sin pensar en porque lo había hecho.

Mi imagen esta sola e inmóvil
Yaciente en el suelo, como flor quemada
Con la mirada perdida hacia el cielo
Y sin voz dulce, leve o quebrada.

El fin elijo me llegue pronto
Mas el consuelo en él no encuentro
Pido a Dios y por su hijo le imploro
Que no tome en cuenta que acabe así
Con mi largo y eterno sufrimiento.


(Jesús Pérez García)

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