viernes, 23 de abril de 2010

Libros en el recuerdo, bibliotecas en pie de guerra

Muchas gracias por las felicitaciones en el Día del Libros, que os devuelvo. La mayoría somos, en efecto, criaturas del libro. Yo creo que sin la lectura, sin el acceso a tantos libros, no sería lo que soy, para bien o para mal. Lo triste es que, de pequeña y en mi primera adolescencia, los libros a los que podía acceder eran un poco escasos. En ese aspecto, la vida me dio la modesta biblioteca que teníamos en el colegio. Digo modesta, pero para los tiempos que corrían, la verdad es que no estaba nada mal. Tiempo después he visto bibliotecas de instituto que ponían los pelos como escarpias, de lo cutres, cutres que eran. Y no estaban situadas en pueblines medio olvidados, sino en villas de mucho peso, como Castro Urdiales. Aún hoy, las bibliotecas escolares y de instituto siguen siendo las eternas cenicientas del sistema bibliotecario, atendidas por gente sin vocación ni preparación ninguna, infradotadas y, lo que es mucho peor, infravaloradas por el profesorado, que eso ya no tiene disculpa ni explicación. Las veces que he visto bibliotecas decentes eran debidas al tesón de los encargados y, a veces, a la concienciación del equipo docente. La administración educativa, en tema de las bibliotecas escolares, ni estaba ni se la esperaba.

De hecho, muchos de mis mejores recuerdos van ligados, de una u otra manera a los libros: una de las vacaciones de Semana Santa más felices que recuerdo fue cuando, al cumplir no sé si 16 o 17 años y estando en el insti, mis compañeras me regalaron entre todas un libro que estaba deseando comprar, pero que era un poco caro para mi menguado y estrujado bolsillo. Igualmente, una amiga me prestó una novela romántica que, aún hoy, sigue siendo de mis favoritas. Aquellas vacaciones me lo pasé de miedo. Otro grato recuerdo fue el día que fui por primera vez a la biblioteca Gabino Teira de Torrelavega, que desde entonces fue algo así como mi biblioteca de cabecera. Hacía ya unos años que estaba buscando por todas partes una novela del ciclo de La Guerra de las Galaxias y no la encontraba. Fue ir a esa biblioteca, buscar en el catálogo, encontrarla, no dar crédito a mis ojos… y correr al primer fotomatón que encontré para hacerme una horrenda foto carnet y así poder ser socia. En aquella época había que pagar 1000 pelas al año para ser socio. Jamás me dolieron prendas de pagar aquello.

Hoy no tengo mucho tiempo para leer de la manera en que antes lo hacía, pero las veces que puedo quedarme una tarde entera devorando un libro que me entretiene son para mí un auténtico lujo. Y si parte de la lectura puedo hacerla en una cafetería ante un café y un bollo colesterólico o en un bareto estiloso ante una buena cerveza tostada, mejor que mejor.

Es por eso que tengo la guerra declarada, no sólo contra la SGAE, sino también contra su prima hermana, CEDRO, que controla los derechos de reproducción y copia de textos. Si la música me ha traído consuelo y alegría, no menos los libros, y si he podido disfrutarlos como he hecho ha sido porque he tenido libre acceso a ellos. El canon por préstamo que pretende imponer CEDRO - siguiendo, no lo olvidemos, los dictados de Bruselas (por mucho que se diga, el gobierno de ZP será responsable de muchas cosas, pero la mercantilización del contenido cultural viene de las instituciones europeas y norteamericanas) – significará la crisis de las pequeñas bibliotecas públicas que, tras muchos años de batallar en condiciones tercermundistas, empiezan ahora a levantar la cabeza y están manteniendo nuestro muy mejorable porcentaje de lectores. No os dejéis engañar: por mucho que diga CEDRO de que no van a ser los lectores quienes pagarán el canon, sí que lo van a hacer, aunque no en dinero, sino en especie. Me explico: el canon lo paga la administración que es responsable de la biblioteca. Hasta ahí bien… si no fuera porque dudo mucho que los presupuestos que dicha administración destina a la hipotética biblioteca aumentaran en consonancia con el nuevo gasto. Como no va a ser así, todos lo sabemos, es obvio que dicha cantidad se detraerá del fondo previamente asignado. En otras palabras: la biblioteca dispondrá de menos dinero para renovar sus fondos y comprar las novedades que atraen a la mayor parte de los lectores. Tampoco podrá ofrecer los mismo servicios que antes, con lo cual lo más probable es que pierda usuarios y sus estadísticas de préstamo se resientan. Ahora bien, ¿se traducirá este descenso en mayores ventas para autores y librerías? ¡Las narices! Lo que ocurrirá es que la mayoría de la gente, a quienes no nos suele sobrar precisamente el dinero, prescindirá de cuantos “productos culturales” pueda, con lo cuál nuestro panorama social y educativo se empobrecerá aún más, si cabe.
Ya sé que hay mucha más tela que cortar sobre este tema, que los autores han de ser debidamente compensados, y todo eso, pero el post se haría más largo de lo que ya es. Yo sólo digo que los autores han de ser debidamente remunerados por las editoriales, y que las editoriales no harán negocio si la masa crítica de lectores desciende más y más. Así que ellos verán.

1 comentario:

Conchi dijo...

Como bien sabéis, soy ferviente usuaria de las bibliotecas, que mis buenos dineritos me ahorran. Por eso me toca las narices que también quieran gravar la difusión de la lectura. ¿Para qué tanta campaña en pro de que se lea más si el gobierno (o quien sea) pone trabas económicas a las bibliotecas que suelen contar con un presupuesto más bien apurado? ¿No pago mis impuestos religiosamente? ¡Pues deberían dejarme decidir en qué invertirlos!