El primer resfriado del año

Teniendo a Pedro constipado desde el martes, en mi caso se han cumplido las peores expectativas: tengo un resfriado de aúpa. Inconvenientes de vivir en pareja. Aquí me tenéis pegada al pañuelo, tosiendo, doliéndome todo el cuerpo, dándole al zumo de naranja, ardiendo de fiebre en el mal sentido... En fin, lo típico de un cuadro catarral. Pero currando mientras pueda.

El viernes por la noche empecé a sentirme mal. El sábado me levanté para ir a urgencias sin saber que iba a toparme con el médico más anacrónico (con un peinado como los de los cantantes de los nuevos románticos de los 80; seguro que bajo la bata blanca llevaba una blusa con chorreras) y pasota del universo: creo que ni apenas me miró, mucho menos me auscultó y hasta tuve que decirle yo misma cuáles eran los medicamentos que mejor me iban en tales circunstancias. Para colmo, se equivocó y me recetó un paracetamol que ni en la farmacia lo conocían. Menos mal que tenía de otra marca en casa.

El domingo sólo me levanté para comer y de paso para ir a por el periódico y el pan. Me lo pasé en la cama leyendo y viendo dvds de mis chicos preferidos que apenas podían hacerme olvidar el trancazo que llevaba encima. Y es que es para quedarse de piedra al ver que en pleno siglo XXI un simple resfriado nos deja fastidiados. Somos capaces de separar siamesas (y que estén vivas luego), de introducir diminutísimas cámaras por las venas y/o conductos del cuerpo humano, de implantar corazones artificiales a las personas...; hemos inventado miles de vacunas casi para cualquier cosa, pastillas que quitan el dolor de cabeza en cinco minutos...; pero aquí tengo que estar yo una semana hecha casi una inútil para poder quitarme un simple resfriado, un simple resfriado.

Como, que se sepa, los virus biológicos, no se contagian por la red, os envío muchos besos.