Aunque esta anécdota pertenece al año pasado, no había tenido ocasión de contárosla. Ahí va:
El día de Navidad fuimos a comer a Denia. Como la madre de Pedro no está para mucho trajín en la cocina, había encargado un delicioso cordero al horno. Por la tarde quedamos a tomar café con Marco y Sefa, la pareja de Denia que viene a menudo a casa, a los que se unieron Lidia, la hermana pequeña de Pedro, y Cristóbal, su novio.
El día de Navidad fuimos a comer a Denia. Como la madre de Pedro no está para mucho trajín en la cocina, había encargado un delicioso cordero al horno. Por la tarde quedamos a tomar café con Marco y Sefa, la pareja de Denia que viene a menudo a casa, a los que se unieron Lidia, la hermana pequeña de Pedro, y Cristóbal, su novio.
A eso de las 7 nos despedimos para emprender la marcha hacia Agost, donde, tras hora y cuarto de viaje, teníamos pensado pasar por casa de mi amiga Nati para felicitarla por su santo. Casi a la salida de Denia Pedro se percató de que estaba encendido el pilotito del coche que indica sobrecalentamiento. Paró y echó agua pero no se arregló. Por descontado, no era cuestión de arriesgarnos a viajar así 100 kms por temor a quedarnos tirados a mitad de camino. No nos quedó otra opción que llamar a la grúa para que remolcase el coche hasta el taller de mis sobrinos. Además, quedaba otro problema: con lo alta que está, no puedo montar a la cabina de loa grúa. Llamamos, pues, a Marco y Sefa para pedirles el favor de llevarme en su coche a casa, pagándoles previamente y de buen grado la gasolina y el peaje de la autopista. Íbamos a dejar la furgoneta a la puerta del taller, pero, como por las ventanillas se veía mi silla de ruedas, no nos quedábamos tranquilos de que se quedase a la intemperie, de modo que el pobre de mi sobrino mayor, a la hora de la cena, se recorrió los 12 kms que separan Agost de San Vicente para guardar el coche.
Muertos de ganas de llegar por fin al hogar, dulce hogar, Pedro se dio cuenta de que se había dejado las llaves del piso en el coche, que ya estaba encerrado en el taller. Para colmo, tampoco yo llevaba las mías que se habían quedado en el otro bolso. A los cuatro nos dio un ataque de risa histérica. Menos mal que en casa de mi madre tenía copia de las llaves. Ya veis que fue un día de Navidad movidito. Claro está, llamé a Nati para felicitarla y avisarla de que no iríamos a visitarla pues entre unas cosas y otras llegamos a Agost a las 10 de la noche. Agotados, pero sanos y salvos, que es lo que cuenta.
1 comentario:
Hay días que sería mejor no levantarse.
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