martes, 22 de abril de 2008

Al filo de lo imposible I



Ahora toca otra entrega de las aventuras al límite que se pueden vivir en las rutas cántabras. En esta ocasión, mi hermana, unos amigos y amigas (de ella) y yo fuimos a hacer la ruta del nacimiento del río Asón, que es una cascada de unos 70 metros de altura, muy mona ella. Bueno, pues tuvimos una mañana ideal de la muerte para andar: sol, viento fresquito, buen tiempo en general ... pese a que se había anunciado lluvia. La ruta era preciosa, aunque algo montaraz para una gente acostumbrada más a sendas domesticadas que a los caminos de cabras. Que conste que eso no nos incluye a mi hermana y a mí, aguerridas veteranas que somos (¡ejem!) No obstante, entre nuestros compañeros había una chica que, pese a tener una cierta corpulencia, confesó desenvolverse mejor por los vericuetos plagados de rocas que por el asfalto llanito, pero aburrido. Los demás, aunque esbeltos y aparentemente ágiles, eran más bien tirando a blandos. Bueno, ya se curtirán, sobre todo después de lo que pasamos.
Pues he aquí que los vaticinios meteorológicos se cumplieron antes de lo que habíamos previsto y de lo que prometía ese falso cielo azul con el que salimos. Acabábamos de comer el consabido bocata con las patatas fritas de bolsa cuando el cielo, ya nublado desde hacía una media hora, comenzó a descargar. Afortunadamente servidora, aunque de previsora tiene bien poco, se acordó de meter un par de chubasqueros en el macuto antes de salir de casa y eso ayudó a salvar la situación, pues, a pesar de que el resto del grupo también había venido convenientemente pertrechado, una de las chicas sólo traía una cazadora de tela. Total, que al menos todos nos cubrimos con chubasqueros y reemprendimos el camino. Estábamos más o menos a mitad de la ruta, en medio de la nada, como quien dice, luego una vuelta atrás no hubiera servido de mucho y además creímos que serían cuatro gotas, como todos lo excursionistas a lo largo de la historia.
Estuvo lloviendo durante unas tres horas. Seguido y abundante.
La ruta en cuestión continuaba por un sendero estrecho, barroso, lleno de pozas, piedras y demás accesorios de todo caminito rústico que se precie. Ese panorama, que en un día con buen tiempo hubiera ayudado a hacer la travesía más amena, se convirtió en un tormento, sobre todo para los menos avezados y más si tenemos en cuenta que el grupo se dividió, quedándome yo atrás con una chica que lo estaba pasando mal, entre otras cosas porque cogía catarros con mucha facilidad y tenía miedo de que al volver tuviéramos que desandar lo andado, que si era arduo para subir lo sería mucho más para bajar. Yo hice lo que pude para tranquilizarla, animarla y hacer que continuara andando, pues si se paraba hubiera sido mucho peor. Estábamos como quien dice en medio del monte, separados del grupo principal y sin cobertura de móvil. Para colmo, nadie respondía a nuestras llamadas a grito pelado. El caso es que me sentía un poco mal, porque, si bien estaba preocupada por perderme y un poco mosqueada con los demás por no esperarnos, me lo estaba pasando en grande con la aventura y disfrutando con la sensación de atravesar terreno arbolado y musgoso en medio de la lluvia, mientras que para mi compañera era un vía crucis.
Al final alcanzamos la cascada, encontramos al resto del grupo esperándonos y emprendimos la travesía del río, que iba bien crecido. Dicha travesía no se hace mediante un puente, ni nada por el estilo: hay que vadear por entre las piedras del lecho del río, inestables y llenas de resbaladizo musgo, tal como se hizo toda la vida. Yo conseguí atravesarlo sin percance alguno, pero mi compañera cayó al río y se empapó. Menos mal que mi hermana estaba junto a ella, la sacó y comprobó que no se había dado un golpe en mal sitio ni se había torcido nada. Estaba ilesa, pero muerta de frío.
Cuando nos hubimos repuesto del susto comenzamos a ascender por unos prados en pendiente muy inclinada hasta llegar a una cabaña de piedra en ruinas, cuyo alero saliente nos protegió de lo peor del chubasco que todavía arreciaba.
Mi hermana Mari, con una sangre fría comparable a la que en ese momento circulaba por mis muslos congelados, propuso subir hasta la carretera, que transcurría muy cerca de donde estábamos, parar un coche y tratar que alguien nos llevase hasta Arredondo, que era el pueblo que estaba más cerca y donde teníamos los coches. El plan era que la chica "accidentada" y ella llegasen al pueblo, se meterían en un bar y se cambiaría con la ropa que ella llevaba en el coche por una misericordiosa casualidad. Luego, mi hermana cogería el coche y nos vendría a rescatar al resto del grupo, que mientras tanto aguantábamos como podíamos junto a la cabaña.
Ni hablar de llamar al 112: seguíamos sin cobertura.
Tuvimos suerte. Pocos minutos después bajaron dos coches, y uno de ellos, ocupado por una pareja joven encantadora, no tuvo el menor inconveniente en acercarlas al pueblo. Los ocupantes del otro, un matrimonio algo mayor y al parecer amigos de la simpática pareja, torcieron el gesto nada más escuchar nuestra petición, que les hicimos primero ya que era el coche que venía en primer lugar. Menos mal que queda gente con corazón en este mundo.
Total, que todo salió a pedir de boca, dentro del percance que habíamos sufrido. Fuimos convenientemente rescatados y, tras tomar algo bien caliente en el bar donde la chica ya estaba cambiada y bien sequita, nos echamos unas risas a cuenta de ello y tomamos las fotos de rigor, con expresiones lastimeras que dieran cuenta de la ordalía que habíamos pasado.
Os dejo la primera parte del reportaje gráfico. En la foto, servidora posando de cuerpo entero con paisaje al fondo. Como podéis apreciar, el día era luminoso, sin traza de la pesadilla plomiza en que se convirtió después. Para que os fiéis del tiempo del norte.

4 comentarios:

Conchi dijo...

Hija, es de admirar cómo conservas la sangre fría ante las adversidades tanto climatológicas como emocionales de tu acompañante. De haberme pasado a mí, o me pongo histérica o le pego una torta a la otra. Tal aventura es digna de “Al filo de lo imposible”, como bien titulas.

carolina dijo...

Je, si llego a caerme yo al río otro gallo hubiera cantado y no hubiera terminado tan "happy kinder" como terminé. Siempre es mejor ver los toros desde la barrera.

Mari Pau dijo...

Qué bien cuentas tu azarosa excursión. Me alegro de que todo acabó bien y que la pobre chica mojada se recuperara de ánimo y cuerpo.

ana dijo...

Con lo bien que se está tomando una cerveza con una tapa de bacalao (por ejemplo) o un café con pasteles ( si es por la tarde). En fin, carolina, que tengas buenas excursiones.