Una ex telefonista recoge en un libro mil llamadas graciosas y verídicas a Información y Averías.
Se llama Dori Castelló Antón, es vecina de Agost y con la ayuda de sus compañeros de Telefónica ha escrito Recuerdos de una telefonista, un libro donde recopila llamadas curiosas y a Averías y a Información.
La ex operadora comenzó en las comunicaciones a los 10 años, cuando los sistemas no estaban automatizados y repartía los avisos casa por casa en Agost, e ingresó en Telefónica en 1974.
Una de las llamadas más jocosas preguntaba por el número de "un gitano que tiene un mercado en Cocentaina y se pone los martes por la mañana a vender retales", o la que preguntaba por la Guardia Civil de El Campello: "mi marido se ha vuelto loco y se ha bajado a la calle desnudo".
También se interesaron por la clínica Mar y Monstruo (Mare Nostrum), e incluso un usuario que le pidió el número de Telecinco y le dijo: "Un momento, que voy a la tienda de al lado a por un boli que no encuentro ninguno". O un señor que le comentó: "Soy el marido de la señora que ha llamado antes. Deme el numero a mí que está sorda".
También le consultaron en Averías por un "sufletorio descompuesto» (supletorio) y por la "alpargata de la mesilla de noche que no me rula".
E incluso por el "pitorrito rojo del teléfono que no se me enciende", o un teléfono que producía unos "ruidos borrascosos".
1 comentario:
Me gustan mucho los recopilatorios de anécdotas, porque la mayoría de las veces recogen cosas increíbles que muestran lo irracional que es en realidad la vida cotidiana. He leído, por ejemplo, que el gremio de enfermeras acaba de publicar su anecdotario, y que tiene toda una sección dedicada a enumerar las cosas que la gente se mete por el recto (para usar un término médico y no malsonante, que aquí somos todas señoritas, leñe) Una anécdota que me llamó la atención era la de un chico joven al que trataron de hongos en los piés y que tenía las uñas de los pies "negras y largas como peinetas" Cuando tuvo que volver al hospital para que se comprobase cómo iba el tratamiento, las enfermeras se encontraron con que sólo podían supervisar uno de los pies: el que se había lavado expresamente para la ocasión. El otro seguía igual de negro que antes.
"Cosas veredes, buen Cid"
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