Recuerdo que la mañana del 11 de marzo yo estaba tumbadaza en el sofá, viendo la tele. Desde hace algún tiempo tengo problemillas de sueño y me siento más tranquila si duermo en una habitación que tenga televisión, cuyo arrullo me adormece hasta las tantas de la madrugada y es entonces cuando comienzo a despertarme con el primer telediario de la mañana. Pues en esas, repito, estaba yo, pensando si levarme ya o ¿por qué no? quedarme un rato más así, tan ricamente, cuando salta la noticia.
Una bomba. Sí, en la estación de Atocha. Dos muertos. Los primeros, claro.
Seré sincera: lo que en ese momento pensé, aparte de la pena que siempre producen esas locuras y el vago temor de que un día te puede tocar a ti, ya sea en tu persona o, lo que casi es peor, en la de uno de tus seres amados, fue que Aznar y los suyos estaban políticamente de enhorabuena. Todos dimos por hecho, yo por lo menos, que era la ETA quien estaba detrás, ya que hacía no mucho se había interceptado un furgón de la muerte con destino, precisamente, a Atocha, o quizás era Chamartín. No lo sé. Supongo que recordaréis que por aquel entonces las elecciones estaban a la vuelta de la esquina, y que el último escándalo político era la reunión de Carod Rovira, socio del tripartito junto con los socialistas y CIU(?) con ETA para, supuestamente, discutir un final a las armas que pasaría, tal vez, por un reconocimiento de soberanía para los vascos... y los catalanes serían los siguientes.
Sé cuán miserable suena todo esto, pero, como ya he anticipado, quiero ser sincera respecto a lo que pensé y lo que sentí en aquella negra mañana. Permanecí tumbada en ese sofá, como paralizada a la espera de que salieran los siguientes datos, la reivindicación del atentado, el número final de muertos... ese tipo de cosas.
Y las horas fueron pasando, llenas de histerismo, de confusión, y de muertos que caían como cuentas de un collar desenhebrado. Cinco, diez, treinta y cinco...
Llegó un momento en que ya no pude demorar por más tiempo el levantarme, aunque no podía evitar volver una y otra vez a la tele, mirando con ojos desorbitados las escenas, los testimonios, el recuento, el horrible, inconcebible recuento. Llegó un momento en que, pese a que creo que quedan enigmas por resolver y cabos por atar, me pareció que aquella monstruosidad no podía ser de ETA. Son asesinos en serie, pero no en masa, no en tales cantidades. Y nadie reivindicaba, cuando ellos son los primeros en hacerlo.
En todo caso, más allá de conspiraciones, incompetencias, intereses políticos y demás tarambainas, queda la fecha, queda el horror y queda el recuerdo de ese día lleno de humo y muertos. El día en que algo cambió en España. Y no me refiero al partido gobernante.
jueves, 11 de marzo de 2010
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5 comentarios:
Recuerdo muchas cosas de esa mañana. Tantas como cosas quiero olvidar.
Ya ves, Carolina, ayer zapeando vi al impresentable de Federico Jiménez Losantos todavía manteniendo la teoría paranoica de que son los de ETA los que provocaron los atentados.
Qué belleza de paisajes nevados! Me encanta la nieve
Aquel aciago día me encontraba en Lorca (Murcia), de excursión cultural con mis alumnos y los de las Escuelas de Adultos de la comarca de L’Alacantí. Los móviles sonaron para comunicarnos lo que estaba pasando en Madrid. En masa entramos a los bares para seguir por televisión las terroríficas imágenes. En la comida de hermandad, siempre tan bulliciosa, apenas se oía sonido alguno. Por supuesto, se suspendió el posterior baile. Regresamos a casa en silencio, con la radio del autobús sintonizada en una emisora de noticias.
Descansen en paz las víctimas del terrorismo y que nunca, NUNCA, se vuelva a repetir.
Yo estaba en el trabajo.
Todo Madrid quedó incomunicada. La telefonía fija estaba saturada. La red de telefonía móvil estaba "bloqueada" por si había más bombas.
La puerta del departamento se abría, entraba y salía gente. Pero no aparecía la gente que solía usar el tren como medio de transporte. Y no había manera de comunicar con ellos ....
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